Cartas a los que se han ido (2ª parte)

Espectacular puesta de sol

Paula:

Ya ha pasado un mes y todavía no puedo creer que te hayas ido, a pesar de que estuve junto a ti durante tus últimas horas, vi tu mente y tu cuerpo apagarse, te vi partir.

Te fuiste un veinticinco de mayo, pero empezaste a irte en Navidad, cuando sentí que ya no tenías tantas ganas de hablar, que evadías la realidad fingiendo que todo era como siempre y yo te seguía la corriente porque entendía que lo necesitabas y porque tus silencios me decían algo que no quería aceptar. No podía. Tú también, no.

He retrasado escribir esta carta porque hacerlo quizá suponga terminar de romperme, dejar salir el dolor contenido, los recuerdos que se amotinan en mi mente, las lágrimas incapaces de correr libres desde esa madrugada en que nos dejaste.

Escribirte también supone mostrar mi vulnerabilidad, terminar de desmoronarme frente al mundo, pero no me considero débil por ello. Al contrario, sé que soy más fuerte que muchos, aunque nunca seré tan fuerte como tú. Una cualidad por la que siempre te he admirado. La chica tímida que sería capaz de comerse el mundo si se lo propusiese. Decidida, con las ideas claras y la cabeza dominando al corazón.

Juntas, atravesamos una crisis existencial de la que salimos fortalecidas. Ojalá hubieras podido ganar esta batalla también. Fuiste a la guerra a pesar de que intuías que ibas a perder, pero no te permitiste caer. Tu cerebro marcó el ritmo para poder soportar lo insoportable, sin tolerar que la enfermedad se convirtiese en el centro de tu existencia. Quisiste exprimir la vida al máximo, sin locuras, disfrutando de lo que más te gustaba: la naturaleza, los animales, las pequeñas alegrías cotidianas, tu familia y tus amigos. Y no consentiste que tu cuerpo fallase hasta que dejaste hecho todo lo que creías que debías hacer, a pesar del esfuerzo titánico que supuso.

Ese último fin de semana en tu casa, cuando tu cerebro comenzó a apagarse y te acompañamos hasta que tu corazón no pudo más, observé varias libretas, de esas tan bonitas que te gustaba comprar y regalar, esparcidas por varios rincones y pensé que aún nos quedaba la esperanza de conservar una parte de ti en ellas, que quizá habrías dejado plasmados tus pensamientos, tus inquietudes, el rastro de una mente brillante y curiosa que absorbía toda la información que podía sobre aquello que le interesaba. Sin embargo, solo encontramos páginas en blanco, el silencio más atronador y terrorífico, anunciando el vacío que hoy nos envuelve y al que no me atrevo a mirar.

Fuiste una de las personas que he sentido más cercana en estos últimos años, como una hermana de vida. Doy gracias al destino por haberte conocido y a ti por haberme permitido compartir el camino durante casi veinte años. Dicho así parecen muchos, pero nunca habrían sido suficientes. Todavía me siento tentada a enviarte mensajes y esperar tu respuesta. ¡Cómo echo de menos nuestras conversaciones! Añoro nuestros debates sobre psicología, tus críticas constructivas, comentar los libros que leíamos a pesar de tener gustos diferentes.

Recuerdo que conseguí emocionarte en mi boda con aquellos malditos violines escondidos en una canción de Dream Theater, que te sorprendí cuando te envié los primeros párrafos de la que sería mi primera novela y me animaste a continuar, que por mi culpa leíste unas cuantas novelas románticas, el 7,9 que le diste a la tortilla que hice para tu última cena, que en mis peores momentos me tendiste la mano, escuchando y razonando para contener la vorágine que puede llegar a ser mi mente.

Siempre te preocupaste por mí, incluso en tus últimos días. Tan grande y generosa eras. Incluso la semana antes de tu partida, en tu casa, cuando querías que continuase soñando con abrir aquella floristería-librería, cuando me dijiste “menuda racha llevas” y yo solo pude callar y abrazarte, mientras pensaba que la peor parte te estaba tocando a ti.

Ahora sé que esos últimos días no ponías la música a todo volumen solo porque no te apeteciese hablar, sino porque te daba intensidad, te hacía sentir viva. Si con ello pudiera revivirte, te escribiría mil vidas repletas de momentos hermosos para que pudieras vivirlas todas.

No sé qué voy a hacer sin ti, Paula. Cuesta sonreír cuando todo me recuerda que ya no estás. Es duro intentar luchar por mis sueños cuando ya no puedo compartirlos contigo. Te prometí que publicaría mi segunda novela, aunque tú ya la habías leído, y aún no sé cómo ni cuándo, pero cumpliré mi promesa. Cuando llegue ese día, estoy segura de que te sentiré junto a mí, como a veces percibo tu calor, el vello se me eriza y una lágrima se desliza por mi mejilla. Quiero creer que eres tú dándome fuerzas para continuar.

Gracias por formar parte de mi vida. Gracias por todo. Siempre te llevaré en mi corazón y te recordaré en los momentos felices. En cada flor hermosa que observe, en cada paseo por el bosque y en cada gloriosa puesta de sol, tú estarás presente.

Cartas a los que se han ido (1ª parte)

02/06/2025

Papá:

  Cuando te fuiste, me pidieron que escribiese algo breve para tu lápida, pero ¿cómo podría condensar todo lo que me gustaría decirte, lo que siento, todo lo que fuiste en tan solo cuatro palabras?

Ha pasado un mes de tu partida y las palabras continúan atascadas en mi garganta. Por eso intento ahora que mis dedos torpes las arranquen, aunque duela, porque deben salir o me ahogaré en ellas.

Tú y yo nunca fuimos de mostrarnos nuestros sentimientos. Tan distantes a veces y, sin embargo, tan parecidos. Tuvimos nuestros desencuentros, pero a través de la familia, la música y el arte, siempre hallamos el camino de vuelta. Aunque no lo mostrases a menudo, tenías un alma sensible que sentía y sufría como cualquier otra y toda esa sensibilidad la expresaste a través de tus obras. Así encontraste la manera de abrir tu interior al mundo, al igual que yo lo hice con las letras.

Quizá no te lo dije lo suficiente, pero creo que sabes que estoy orgullosa de ti, de ser tu hija, de tu transformación, de tu fuerza y valentía y agradecida por haber sido un gran abuelo. Orgullosa porque fuiste un luchador hasta el último de tus días.

De ti aprendí dos lecciones de vida: que tu mejor versión la alcanzas cuando te dedicas plenamente a tu pasión y que no debemos quedarnos demasiado tiempo donde no somos felices.

Sabes que en los últimos meses no apliqué estas lecciones porque ni el ánimo ni las energías me daban para más. Pero prometo que volveré a intentarlo. Aprenderé de mis errores, retomaré la escritura, buscaré mi lugar.

Tu partida, aunque anunciada, no por eso duele menos. Al contrario, siento que el dolor se amplificó con cada piedra en el camino, con la frustración y la espera como condena.

Desolados, así nos sentimos, como tu obra, con esa llaga abierta de la cabeza al corazón, conectando los recuerdos con las emociones, en una herida perpetua.

Desolación (artista: José Manuel Santamaría)

Como autora, me entristece que no puedas continuar creando, aunque en los últimos meses ya habías renunciado a hacerlo, destinando todas tus energías a la pelea con la cruel enfermedad.

Como tu hija, me parte el alma no poder volver a compartir contigo descubrimientos musicales, que me preguntases cómo me iba en el trabajo o contarte anécdotas, comentar el último cuadro que estabas pintando o descifrar la nueva forma que arrancabas a un trozo de madera inerte. Pedirte consejo.

Recuerdo cuando me enseñaste a montar en bici, cuando todavía te gustaba ir a la playa y nadar con nosotros. Mis primeras prácticas contigo al volante del 405. Tú intentando consolarme la primera vez que me rompieron el corazón. Tu paciencia infinita mientras enseñabas a pintar a Noa. Verte caminar con ella de la mano. Ver brillar el amor más puro en su mirada. Todos esos recuerdos, los tallaste en mi corazón para siempre. Ojalá yo te haya dado también un puñado de buenos recuerdos que llevarte en la maleta.

Creo que si pudieras enviarnos un mensaje sería el que dice esta canción (The spirit carries on), una de las tantas que compartimos:

«Sigue adelante, sé valiente. No llores en mi tumba porque ya no estoy aquí. Pero, por favor, nunca dejes que mi recuerdo desaparezca».

The spirit carries on – Dream Theater

Papá, deseo más que nunca que exista un más allá, que el espíritu trascienda a otro plano o a otra vida y que ojalá algún día volvamos a encontrarnos. Pero es una incerteza. Lo que sí sé, es que mientras agradezcamos tu existencia y te recordemos cada día, seguirás vivo en nuestros corazones y esa es una firme promesa.

Vigo, la ciudad que amo

Muchas veces he oído decir que Vigo es una ciudad fea. Quizá se deba a su marcado carácter industrial que, sin duda, habrá influido en su arquitectura. Aunque eso de la fealdad es algo subjetivo, de lo contrario habría mucha gente soltera en el mundo.

¿Has pensado alguna vez que Milán es una ciudad poco agraciada? No, ¿verdad? Porque has visto lo que querías ver, centrándote en la parte histórica y dejándote fascinar por la belleza de sus edificaciones y monumentos. Pero ¿sabes qué? Las afueras de Milán constituyen uno de los lugares más horribles que he visto en mi vida.

Cada ciudad posee su propio encanto, no siempre apreciado de la misma forma por todo el mundo. Y lo mismo sucede con Vigo. ¿Existe algo más hermoso que contemplar una puesta de sol desde la playa de Samil, El Vao, El Castro o el Paseo de Alfonso XII? Para mí resulta imposible apartar la mirada del fascinante baile de llamas naranjas, rojas y amarillas fundiéndose en el cielo con las Islas Cíes de fondo.

Como le ocurre a Sara, la protagonista de mi novela «Puede que algún día…», mi corazón salta en el pecho al ver el Puente de Rande anunciando la llegada a la ciudad. Durante muchos años tuvo ese significado para mí; ahora representa el nexo entre mis dos amores: Vigo y Vilaboa.

La ciudad donde nací es una localidad costera que ha evolucionado de forma favorable con el paso de los años, a causa de políticos que quieren convertirla en adalid del progreso y la arquitectura futurista. Los políticos son esos «seres» que promueven un tipo de arquitectura egocéntrica y, en ocasiones, inútil. Los que practican el arte de despilfarrar el dinero público como nadie. Los que utilizan los grandes proyectos para atraer votos. Discúlpeme, señor Caballero, reconozco que Vigo está más bonito que nunca; sin embargo, hay algunas propuestas que me parecen excesivas.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Nací en Vigo, allá por el año 1979, en un barrio humilde, aunque privilegiado por su entorno: zonas verdes y playas. El barrio de Teis está presidido por el Monte de La Guía. Desde el mirador sobre el que se encuentra la peculiar ermita, obra del arquitecto Manuel Gómez Román, podemos contemplar la extensión de toda la ciudad y la península del Morrazo. Entre la multitud de apretados edificios destacan, por su altura, el del antiguo Hospital Xeral (hoy Cidade da Xustiza) y la torre del Ayuntamiento, a la que creo que le espera un triste porvenir.

Si deslizamos la vista por la costa que baña la ciudad, observamos los rellenos de Bouzas y Areal, junto con el de la Plaza Compostela y el Náutico, de finales del siglo XIX. Y es esta zona la que hace latir con fuerza mi corazón durante las escasas ocasiones que me permito pasear con calma por sus calles, deleitándome con la arquitectura de aquella época de esplendor. Casi podría afirmar que sufro el síndrome de Stendhal cuando camino entre los edificios de fachadas decoradas con estatuas y otros elementos o descubro nuevos detalles en ellas.

Al pasear por la Alameda bajo los Magnolios, el olor de la vegetación y el sonido de mis pisadas sobre la arena consiguen que me evada del ruido de los coches y la actividad típica de una ciudad. La plaza de Compostela es un lugar donde se detiene el tiempo, donde las prisas están de más. Un lugar donde puedes, por un instante, viajar al pasado e imaginar cómo era la vida de hace un siglo.

Entre las fantásticas edificaciones que rodean la Alameda, destaca sobre las demás la famosa Casa Yáñez.

Obra del arquitecto Michel Pacewicz y proyectada en el año 1900, es de estilo historicista y está construida en cantería de granito gallego.

Cuenta con dos fachadas; la primera, que mira a la Alameda, está presidida por una torre almenada y la segunda, que da a la calle Velázquez Moreno, cuenta con miradores salientes. En los elementos decorativos, así como en la resolución de los vanos, se mezclan varios estilos como el ecléctico o el neogótico.

Sin duda, lo más destacable de su envolvente es la magnífica galería blanca de madera con diferentes elementos neogóticos y las orlas verticales de cerámica. Toda una joya de la arquitectura viguesa.

Si continúas tu camino desde la Alameda en dirección al mar hasta llegar a la Avenida de Beiramar, te envolverá el olor a sal. Observarás multitud de yates, el deteriorado edificio del Club Náutico y la mole que es el Centro Comercial A Laxe, con la pasarela elevada que lo conecta con el Casco Vello; una preciosa zona a la que por fin se le está dando brillo.

Volviendo al mar y a la zona peatonal de la calle Montero Ríos, no podía pasar por alto otra joya de la arquitectura modernista viguesa como es la Casa Mülder, edificio que también destaco en mi novela, por ser para mí uno de los más hermosos de mi ciudad.

La Casa Mülder fue diseñada por el arquitecto Manuel Gómez Román y terminó de construirse en 1907. Toda su fachada es de cantería y en ella destacan los cuerpos salientes con formas curvas que producen, junto a los pináculos que se elevan por encima de la cubierta, un marcado efecto vertical.

Uno de los elementos más destacables lo conforma el chaflán, que termina en una cúpula con forma ovoide revestida de brillante cerámica cobriza. También vale la pena mencionar el gran arco carpanel de la planta baja, el balcón corrido con aberturas curvas y los elementos cerámicos decorados con guirnaldas y seres mitológicos.

Esta es una pequeña pincelada de lo que podéis descubrir en Vigo. Conocida como la ciudad de las luces por su popular decoración navideña, merece la pena callejear por el centro y el Casco Viejo, además de visitar sus playas. Sé que los amantes de la Arquitectura sabrán apreciar sus encantos. En próximas publicaciones os hablaré de otros edificios históricos relevantes.

Reflexiones sobre la escritura

Siempre he percibido la escritura como una necesidad, como la forma de expresarme con el mundo, de desahogarme, de dar rienda suelta a las emociones, a diálogos que vivían en mi cabeza, a mundos todavía no imaginados. Incluso a dejar salir todo lo que una vez encerré en un lugar oscuro.

Así, escribir puede llegar a ser una terapia para quienes, incapaces de abrirse y compartir su dolor, lo proyectan a través del papel y lo arrancan de su corazón. Escribir puede llegar a ser un salvavidas.

Ahora que me he permitido inventar otras vidas, desarrollar personalidades diferentes… Soy consciente de que tengo un bisturí en mis manos que me permite diseccionar los cerebros de mis personajes para comprenderlos. Entender su comportamiento, conocer sus miedos, sus motivaciones, sus pasiones… Este es un gran poder. Lograr, por un instante, modificar tu forma de pensar para ponerte en los zapatos de otro. Porque no, no todos nuestros personajes son nuestro alter ego, o nuestro yo frustrado, ni están basados en alguien real (aunque esto pueda darse alguna vez) …

Ser escritor implica observar lo que te rodea, fijarte incluso en los detalles más insignificantes, analizar la información en profundidad e intentar extraer conclusiones, aunque a veces puedan parecer erróneas. Tan solo son opiniones personales. No, no tenemos el don de la verdad. Ni el de la adivinación. Sin embargo, creo que todos los escritores compartimos esa mirada curiosa, esa forma diferente de contemplar el mundo y de hacernos constantemente preguntas, algunas de ellas incómodas.

Cuando observas tanto dolor alrededor, es cuando se hace más necesario evadirse e imaginar otros mundos, otras vidas… Historias que ayuden a nuestros lectores a eludir la realidad, a relajarse, a reírse. Pero, también considero preciso abordar temas duros, incómodos o dolorosos. Temas que remuevan conciencias o que puedan ayudar a alguien a abrir los ojos y contemplar la dura realidad que le rodea, o incluso empujarle a tomar una decisión. Provocar una catarsis.

Decía Aristóteles que “la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones”, al conseguir que el lector se vea reflejado en el personaje y comprenda las consecuencias de sus posibles actos.

Me encantaría provocar esa catarsis en mis lectores o ayudarles, sembrando esperanza en ellos. Esta fue la finalidad de mi primera novela “Puede que algún día…”.

Escribir es un acto solitario que requiere de dos partes contrapuestas: una creativa y otra analítica, capaz de decidir si lo creado tiene calidad y coherencia. Es un diálogo interno con uno mismo, es permitir que otros personajes te posean, es escuchar sus voces, sus risas, sentir su dolor, vestir su piel. Una montaña rusa de emociones. Viajar con tu imaginación. Vivir más en ese sueño que en la vida real. Rozar la locura. Es un trabajo, es placer y es sufrimiento también. Es ser tu propio juez. Analizar con dureza lo escrito, y, a veces, poder decir “¡Guau!, ¿esto lo he escrito yo?”.

Escribir y permitir que alguien te lea son actos de valentía. Tanto enfrentarse a la hoja en blanco como al juicio del público, supone dar un salto al vacío, sintiendo todo el vértigo de la caída. Cuesta hacerlo cuando estás al borde del precipicio observando la oscuridad, pero una vez que lo has hecho, solo quieres volver a experimentar esa vorágine de emociones.

Y para ti, ¿qué significa escribir?

Transformación

Observando mi pequeño arce en esta época del año, siempre me sorprende descubrir cómo, en cuestión de escasos días, ha pasado de estar repleto de hojas verdes y doradas a quedarse tan solo con unas pocas hojas cobrizas antes de desnudarse por completo para recibir el invierno, mientras otras plantas del jardín florecen en todo su esplendor.

Esta rápida transformación me ha llevado a meditar acerca de la evolución que un solo suceso puede desencadenar en algunos sentimientos que parecían firmes. Un solo hecho es suficiente para cambiarlo todo, en ocasiones, una única palabra o un gesto. Algo que puede ser percibido como una nimiedad por una persona ajena, hace que se tambaleen los cimientos de los sentimientos más firmes y, cuando esto sucede, ya no hay nada que pueda salvarlos, porque sin cimentación, ni la más hábil obra de ingeniería se sostiene. Las fachadas comienzan a desmoronarse, como si fuesen de arena, para dar paso a una nueva realidad. Y aquella torre que admirabas por su esplendor pasa a ser un montón de escombros al que te desagrada mirar. En unos instantes, todo ha cambiado, todo se ha echado a perder.

Y esto sucede también con las personas. Todos cometemos errores, tenemos derecho a equivocarnos sin que debamos pagar por nuestro error para siempre. Sin embargo, algunas personas tienen una habilidad especial para construirse una férrea imagen externa digna de admiración. Pero, como seres humanos que son, también tienen debilidades. Nadie posee la fortaleza suficiente para permanecer inalterable, para mantener el control eternamente. Es más, son aquellas personas que siempre quieren tener el control las que, cuando lo pierden, manifiestan su verdadera naturaleza, esa que nadie quiere ver: un montón de ruinas y escombros inútiles y carentes de valor.

Es en estos casos, cuando la decepción y el daño causados son mayores. Y yo me pregunto: cuando esto sucede, ¿existe alguna posibilidad de reconstrucción? ¿O la percepción que tenemos de esa persona queda dañada para siempre?

El mito de Medea

Hace un tiempo, charlando con mi amiga Lola, le comenté que me gustaría escribir un libro sobre la maternidad, desde mi punto de vista. Creo que cada vez somos más las mujeres que decidimos rebelarnos contra esa imagen perfecta que nos han vendido sobre la maternidad.

A los pocos días, Lola me sorprendió regalándome el libro del drama griego de Medea, porque consideraba que no podía escribir sobre maternidad sin antes leerlo.

He de confesar que sufrí mucho durante la breve lectura. No podía admitir que lo que sabía que iba a ocurrir, terminase sucediendo. Me cuesta aceptar que alguien en sus plenos cabales cometa semejante acto de crueldad, incluso consigo misma.

Lo que quería Lola provocar en mí con esta lectura, era una reflexión acerca de lo que les sucede a muchas mujeres tras la maternidad: que dejan de sentirse mujeres. Algunas son repudiadas por sus maridos, que ya no las miran con deseo y dan rienda suelta a sus pasiones con otras mujeres a las que no ven como madres. No creo que aquí tenga solo que ver la edad o la transformación física que algunas hemos sufrido tras la maternidad, creo que también hay motivaciones psicológicas.

El mito de Medea es una reflexión sobre el sacrificio de la mujer a causa de la maternidad. Una parte de nosotras muere. En ocasiones la matan los que nos rodean y, en otras, somos nosotras mismas quienes renunciamos a esa pieza importante de nuestra vida por nuestros hijos. Y me parece que esto es un grave error. Nunca deberíamos enseñar a nuestros hijos a renunciar a parte de nuestra identidad por otros. Considero que el amor maternal puede coexistir con el resto de nuestro ser sin que por eso vayamos a resultar peores madres. Deberíamos educarles en alcanzar la plenitud para ser felices consigo mismos, no a rompernos en pedazos por amor. Educarles en el autorrespeto y en defender su identidad ante los demás. Yo no considero que mi identidad haya cambiado por ser madre, no entiendo por qué algunas personas se empeñan en pensar que sí. Sigo teniendo sueños, quizá ahora más que nunca, y más fuerza para luchar por ellos. Continuo sintiéndome mujer y sigo deseando con mi cuerpo y con mi ser. Nada ha cambiado en mí, ni yo he actuado de forma que se pudiese entender así. Pero para algunos he dejado de ser una mujer, para ser solo una madre. Y las mujeres somos mucho más que eso.

El sufrimiento de Medea se debe a haber sido repudiada por Jasón para ser reemplazada por una princesa que, además, es más joven y hermosa. Y ella, que es una mujer fuerte e independiente para su época, se siente ultrajada tras todos los sacrificios que ha hecho por su pareja. Pero su forma de actuar no la comparto ni la comprendo. Ella se justifica con la pasión:

Sí, conozco los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales”.

-Medea, de Eurípides-

Sin embargo, ni la más intensa de las pasiones puede justificar semejante crimen. Para mí, es más fruto de la desesperación o la locura. ¿Es Medea una asesina cruel y despiadada o una víctima de sus circunstancias? Como siempre, no todo es blanco o negro al cien por cien.

El mito de Medea se conoce desde siglos antes de Cristo, sin embargo, la naturaleza humana apenas ha evolucionado desde entonces. Y si lo hemos hecho, quizá haya sido a peor. Las enfermedades mentales cada vez son más frecuentes entre nosotros y hechos terribles como el que comete Medea siguen sacudiendo nuestras conciencias a través del televisor. Ayer mismo, descubrimos que una madre había asesinado a sus hijas antes de suicidarse. Nos llevamos las manos a la cabeza y no logramos comprender qué le llevó a hacerlo. Yo solo puedo pensar que fue víctima de una terrible desesperación, del dolor de verse separada de sus hijas a causa de un divorcio. O por venganza. Sin embargo, nada de esto puede defenderlo. Ni la locura… No la defiendo, jamás podré defender a ningún hombre o mujer que realice semejante atrocidad. Pero ella no es la única responsable de lo sucedido. Me parece terrible que nadie a su alrededor haya sido consciente del sufrimiento que esa mujer estaba soportando. Que se haya sentido tan sola y desesperada para arrebatarle la vida a sus hijas. Que no haya tenido ayuda ni la capacidad de pedirla. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta? ¿Cómo es que nadie percibió la tristeza en su mirada, en sus gestos, el dolor en sus palabras? ¿Por qué nadie le tendió una mano y le dijo: estoy aquí para escucharte? ¿Por qué estamos todos tan ciegos que no nos damos cuenta del dolor que nos rodea?

Dejemos de pensar en banalidades, dejemos de ser tan egoístas. Quitemos el filtro de nuestros ojos y veamos la dura realidad, esa que no queremos observar, pero que está ahí, y que sería mucho más agradable si todos nos ayudásemos y nos tendiésemos la mano de vez en cuando en vez de centrarnos en nosotros mismos.

El mundo de los sueños

A veces prefiero no soñar. No me refiero a los sueños o anhelos que se tienen con los ojos abiertos, sino a aquellos que nos dominan cuando caemos desvalidos en los brazos de Morfeo. Aunque la mayoría de las veces creo que ya no sueño mientras duermo, o puede que, simplemente, no lo recuerde. Quizá sea cosa de la edad.

A lo largo de mi vida, he tenido sueños hermosos, otros tan intensos que he llegado a llorar de verdad, y algunos en los que quería gritar, pero era incapaz de emitir ni un solo sonido. Estos son los que no soporto, las pesadillas. Son como una trampa de nuestro cerebro. Estás tan tranquila en mitad de un sueño y de repente: ¡Pam!, todo cambia, la escena se vuelve más surrealista si cabe y se apodera de ti un terror tan intenso que te despiertas gritando o gimiendo de angustia. Pero aun cuando abres los ojos, ese sueño sigue ahí, persiguiéndote, llamándote para que te rindas, para que vuelvas a cerrarlos y te enfrentes a esa situación que, por más que sepas que es irreal, consigue hacerte temblar.

Es entonces, cuando tu cerebro se pone a trabajar buscando formas de escapar y salir victorioso de esa escena que te ha hecho gritar. Ahí empieza la magia, porque ¿se puede combatir lo irracional siendo racional? Nuestro subconsciente nos cuenta una historia que ha construido a base de recuerdos, y nosotros, como protagonistas, debemos tomar el control de la misma para conseguir escapar de la sombra que nos acecha, del asesino, de un accidente o de cualquier tipo de tortura macabra en la que nos hayamos visto envueltos. Tenemos que convencernos de que, con ese giro que se nos ha ocurrido, saldremos victoriosos de una situación sin escapatoria. “Va a funcionar, va a funcionar…” te dices mientras luchas por mantener los ojos abiertos, sabiendo que, cuando los cierres, volverás justo al punto donde lo dejaste. Si es necesario, haremos trampas, porque ¿qué sucedería si no pudiéramos superarlo? ¿Nos quedaríamos perdidos para siempre en el reino de Morfeo?

Y ¿qué decís de esos sueños recurrentes, que se repiten a lo largo de tu vida, siempre iguales, sin que consigas que nada cambie, sin que encuentres una escapatoria? ¿Qué nos quieren decir?

Muchos son los que han intentado encontrar un sentido a los sueños, entre ellos grupos musicales como Metallica, que hablan de ello en esta canción acerca de la figura de The Sandman.

Something’s wrong, shut the light, heavy thoughts tonight
And they aren’t of Snow White
Dreams of war, dreams of liars, dreams of dragons’ fire
And of things that will bite, yeah

Enter Sandman – Metallica
Metallica: Enter Sandman (The Black Album)

Desde hace tiempo, múltiples estudios han intentado descifrar el significado de los sueños, sin embargo, continúa sin llegarse a un consenso al respecto. Freud fue uno de los pioneros en investigar el mundo de los sueños, llegando a la conclusión de que eran un mecanismo para dar salida a la tensión producida por nuestros deseos reprimidos, ¡cómo no! Estudios más recientes dicen que soñamos para grabar recuerdos o para memorizar o integrar información en nuestro cerebro; y otros, afirman que lo hacemos a modo de ensayo para la supervivencia y para mantener nuestra salud emocional, aprendiendo a procesar las emociones originadas por experiencias abrumadoras. También he descubierto que, al parecer, no todos tenemos la capacidad de modificar nuestros sueños para escapar de lo que nos atormenta. Curioso.

Mientras los científicos continúen sin llegar a un acuerdo al respecto de por qué soñamos, yo prefiero pensar que es Morfeo quien viene cada noche a soplar un poco de arena en nuestros ojos para llevarnos con él a su mundo mágico. Y que tiene sus motivos. Solo en escasas ocasiones, este dios mitológico, nos obsequia con un sueño hermoso que puede llegar a ser una cura para el alma. Sueños que no olvidaremos jamás, porque los sentimos extremadamente intensos, tanto o más que la realidad. Sueños que llegaron para salvarnos, para librarnos del sufrimiento que nos atormentaba y concedernos un poco de paz. ¿Has tenido alguna vez un sueño así?

Alta sensibilidad

Sintiendo con intensidad
Sintiendo con intensidad

No sé si alguna vez habéis oído hablar de las “personas altamente sensibles” o PAS. Es un término que parece que se ha puesto de moda en los últimos años. Se utiliza para describir a un porcentaje de población (en torno a un 20%) que sienten de manera más intensa. Esta denominación no está oficialmente aceptada por el mundo de la psicología, existiendo desacuerdo entre los profesionales. Sin embargo, leer sobre el tema me ha sido de gran ayuda para reconocerme en las características de este rasgo de personalidad, comprenderme y aceptarme. Esto ha sido lo mejor, porque, cuando sientes que no encajas con un patrón establecido, llegas a creer que algo falla, que eres un “bicho raro”.

En ocasiones, he llegado a pensar que tenía un problema, que había algo en mí que no estaba bien. La intensidad de mis sentimientos me abrumaba y nadie alrededor parecía entenderme. Tu enfado duraba unos minutos, sin embargo, el mío seguía aferrado a mí durante horas como una garrapata drenando mi energía. Le daba mil vueltas a todo. A veces, me sentía frágil, vulnerable. Con las lágrimas siempre a punto de brotar. Siempre. Y por cosas que los demás no comprendían. Otras veces, me saturaba cuando estaba con demasiada gente, aunque fuesen amigos. Entonces sentía la urgente necesidad de estar sola. Me agobiaba tanto que llegaba a provocarme síntomas físicos, como mareos. Los problemas de los demás dolían como si fueran míos. Aún siguen haciéndolo. Todo esto me hacía sentir como si tuviera un volcán a punto de estallar en mi interior. Creo que por eso empecé a escribir siendo niña. Y todo se descontroló cuando dejé de hacerlo.

Pero por fin llegó el día en que comprendí que no hay nada malo en mí, me he aceptado. Simplemente soy una persona muy sensible, o altamente sensible, como lo llaman ahora. No solo lo soy emocionalmente, sino también a los estímulos del ambiente. Puedo percibir sonidos que para otros resultan imperceptibles, conmoverme con un rayo de luz que traspasa las ramas de los árboles, llorar por la belleza de una biblioteca… Puedo apreciar mucho en un simple gesto, ver más allá de las palabras. Sí, siento, a veces demasiado, pero ahora sé que es un maravilloso don y que quizá los que tienen un problema son aquellos que se niegan a permitirse sentir en un mundo cada día más ajetreado y loco. Parece que está mal visto sentir o expresar lo que nos atormenta, y si lo hacemos y sufrimos por no ser capaces de soportarlo, entonces nos recetan unas píldoras para dormir nuestras emociones. Entiendo que haya momentos en los que llegue a ser necesario, pero no que se haya tomado como norma. Puede ser una ayuda, pero la solución se encuentra trabajando sobre el problema.

Sí, siento, a veces demasiado, pero ahora sé que es un maravilloso don y que quizá los que tienen un problema son aquellos que se niegan a permitirse sentir en un mundo cada día más ajetreado y loco.

Almudena Santamaría

Hace poco leí una distopía que hablaba acerca de ello. Los humanos eran incapaces de soportar sentir y tenían que recurrir a drogas para adormecer las emociones cada vez que estas pretendían aflorar. Se habían convertido en zombis, aletargados por la televisión y los psicofármacos, sin establecer relaciones entre ellos, hasta el punto de que la humanidad estaba a punto de extinguirse. Me fascinó esta historia en la que el principal protagonista va descubriendo el desconocido mundo de las emociones, como si fuera un niño, para llegar a comprender que la existencia humana no tiene sentido sin ellas. Son las emociones lo que nos hace humanos; así que sintamos, lloremos, riamos, abracémonos, disfrutemos de la soledad, toquémonos y detengámonos a contemplar el vuelo de un ave o la noche estrellada. Vivamos.

Y a esas dos de cada diez personas que alguna vez se han sentido diferentes e incomprendidas, les digo (y me digo): puede que de alguna manera seamos diferentes, pero nuestra capacidad para sentir, sin duda es un extraordinario don que nos permite ver el mundo con otros ojos. Eso es lo que nos hace especiales.

El mal de amores

¿A quién no le gustaría descubrir la fórmula del amor? Saber si existe alguna razón racional por la que nos enamoramos de alguien en particular y nos cegamos sin ser capaces de admitir que esa persona nos pueda llegar a dañar. Será química, como dicen algunos, será un fallo de nuestro cerebro o ¿de verdad surge una conexión invisible, como una flecha disparada por un Cupido al que le gusta jugar a la ruleta rusa? Porque vamos a ser sinceros, si existiese el tal Cupido, menudo hijo de…

El amor no siempre es tranquilo y bonito, puede que eso fuese lo ideal, pero, las grandes historias, los poemas de amor más intensos, siempre han surgido del dolor provocado por no ser correspondido, de la impotencia de no poder estar con el ser amado y, sobre todo, de la idealización. Si a Kafka o a Becker les hubiese ido bien en su vida amorosa, no habrían plasmado sobre el papel sentimientos tan intensos. ¡Quién habría pensado que Kafka sufrió tanto por amor! Sus Cartas a Milena son la más pura expresión del amor idealizado, del sufrimiento a causa de la distancia (provocada por la falta de libertad de Milena) y el anhelo por ver al ser amado. Puede que Kafka fuese una persona enferma de amor. Se enamoró tantas veces y con tanta intensidad, que quizá su frágil cuerpo no pudo soportarlo. Y es posible que le sucediese lo mismo a Becker.

Otra vez oigo hablar de tu enfermedad. Milena, ¿no tendrías que meterte en la cama? Tal vez deberías hacerlo. Y tal vez estás ya en la cama mientras escribo esto. ¿No era yo hace un mes mejor persona? Me ocupaba de ti (solo mentalmente, por otra parte), sabía que estabas enferma, ahora ya no, ahora solo pienso en mi enfermedad y en mi salud, y ambas cosas, lo primero y lo segundo, eres tú.

Franz Kafka – Cartas a Milena

Alguien me dijo una vez: «Tus sentimientos son tuyos, no se los debes a nadie, no permitas que te arrebaten algo tan bonito». Y es cierto, nosotros somos los responsables de lo que sentimos, nadie más. El amor puede llevarnos a la luna o condenarnos a la más oscura de las profundidades, pero es nuestra decisión lo que hacemos con esos sentimientos. Podemos dejar que nos destruyan o podemos usarlos para inspirarnos, luchar por ser mejores y construir algo bello.

El amor es la droga más pura y adictiva que existe y es tremendamente difícil desengancharse. Solo el tiempo y las verdades duras y crueles son la cura para esta enfermedad. Pero, en ocasiones, el desamor puede resultar incluso más adictivo.

Hace poco descubrí que el 29 de julio se celebra el día internacional del mal de amores. ¡Curioso que el desamor tenga un día de celebración propio! Quizá se deba a toda la riqueza que ha generado en la literatura.

Hay quienes dicen que el mal de amores es una enfermedad, pues tiene síntomas físicos y psicológicos. Y si existiese una píldora que, al tomarla, instantáneamente dejásemos de sufrir por amor: ¿la tomarías?

Descifrando la ecuación humana

Descifrando la ecuación humana
Descifrando la ecuación humana

Quizá te llame la atención el título de este blog y es posible que te preguntes la razón de por qué he decidido llamarlo así. Sin embargo, para mí tiene mucho sentido. Se trata de una idea que lleva rondándome bastante tiempo.

Todo viene de años atrás cuando descubrí un disco que se ha convertido en uno de mis favoritos: The Human Equation de Ayreon. Se trata de un disco conceptual en el que se nos cuenta la historia de un hombre que, tras haber sufrido un accidente, se encuentra sumido en un coma. Ahí es donde toma relevancia su ecuación humana, es decir, la suma de sentimientos y emociones que todo ser humano ha experimentado en su vida: el amor, el orgullo, la vergüenza, la tristeza, el dolor, el miedo, la culpa, la esperanza. Todas ellas en conjunto definen quiénes somos.

Mientras el protagonista se encuentra postrado en una cama de hospital, cada una por separado le hablará intentando tomar el control, manipulando sus recuerdos. Él intentará descifrar qué ha ocurrido, descubrir la verdad, su verdad. ¿Por qué tuvo el accidente? ¿Podrá despertar el protagonista o arrastra una carga demasiado pesada para luchar por seguir viviendo?

Si quieres saberlo, tendrás que escuchar el disco, pero hazlo siguiendo el orden establecido, por favor.

The Human Equation (full album) – Ayreon (2004)

I can’t move, I can’t feel my body
I don’t remember anything
What place is this… how did I get here?
I don’t understand, what’s happening…

Day two: Isolation (The Human Equation – Ayreon).

Para mí esta historia llegó a convertirse en una obsesión en mi intento por descifrar el importante papel que pueden tener las emociones en nuestra vida. Porque, en ocasiones, son ellas las que nos manejan, influyendo en nuestras acciones o en las decisiones que tomamos. Esa es nuestra parte irracional, la que no somos capaces de controlar. Y me fascina el poder que pueden llegar a ejercer sobre nosotros, supuestos seres racionales, llegando a provocar que perdamos el control. ¿Qué puede más: el corazón o la razón? ¿La ira o la justicia? ¿La angustia o el razonamiento que nos dice que todo pasará?

En un trabajo más reciente de Ayreon se vuelve a plantear la cuestión de la ecuación humana. En el tema This Human Equation, un ángel caído habla de lo raros y preciosos que somos a pesar de nuestros defectos y contradicciones.

Somos una hermosa ecuación irracional compuesta de emociones contradictorias.

Ayreon – This Human Equation (Transitus)

You’d think they were crazy
I’d almost say… Stupid
But they can be amazing
Although they don’t look it

This Human Equation (Transitus – Ayreon).

En cada uno de nosotros, las emociones ejercen una menor o mayor influencia dependiendo de muchos factores y nos definen. Eso es lo que nos hace únicos, no el color de piel o de ojos, ni la estatura, ni ningún otro rasgo de la apariencia; sino la errática combinación de racionalidad y sentimientos. El que seamos más sensibles o resilientes, el que riamos como locos con una tontería, el que amemos sin límites a pesar de que nuestra razón nos diga que no nos conviene, el que seamos contradictorios, en ocasiones generosos y en otras crueles, que resultemos encantadores a los ojos de una persona y que otra nos aborrezca. Somos seres únicos, caóticos, hermosamente imperfectos y por eso la ecuación humana resulta imposible de descifrar para una máquina. Somos una hermosa ecuación irracional compuesta de emociones contradictorias.